El 25 de mayo de 1521 se celebró la Dieta de Worms, una asamblea convocada por el emperador Carlos V. El objetivo era que el reformador Martín Lutero compareciera ante los principales representantes de la Iglesia Católica Romana. Solo se le pedía que se retractara de todas sus obras, en las que, según sus detractores, atacaba de forma vehemente las doctrinas católicas. Podríamos pensar que bastaba con que Lutero dijera “No me retracto”, pero él sabía que su vida pendía de un hilo y que, como les había ocurrido a otras personas en circunstancias semejantes, podía acabar en la hoguera o bajo la espada. Por ello solicitó veinticuatro horas para meditarlo y, desde la oscuridad de su celda, pronunció la siguiente oración:

 

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«Oh Dios, Dios todopoderoso y eterno. Cuán terrible es el mundo. ¡Mira cómo su boca se abre para tragarme y cuán pequeña es mi fe en Ti!

¡Oh, la debilidad de la carne y el poder de Satanás! Si tengo que depender de cualquier fortaleza de este mundo, todo ha terminado. Las campanas han sonado. La sentencia ha sido promulgada. ¡Oh Dios! ¡oh Dios! ¡oh Dios mío, ayúdame contra toda la sabiduría de este mundo! Hazlo, te lo suplico. Hazlo por Tu inmenso poder, porque la obra no es mía, sino Tuya. No tengo nada que hacer aquí. No tengo nada para contender con estos grandes hombres del mundo. Con mucho gusto pasaría mis días en felicidad y paz, pero la causa es Tuya, y es justa y eterna. Señor, ayúdame, oh fiel, inmutable Dios. No me apoyo en el hombre. Eso sería en vano. Todo lo que es del hombre se tambalea. Todo lo que procede de él ha de fallar.

Dios mío, Dios mío, ¿acaso no me oyes? ¿Acaso ya no vives? No, no puedes morir. No haces más que esconderte. Tú me has elegido para esta labor. Yo lo sé. Por lo tanto, Dios cumple Tu propia voluntad. No me abandones por amor a Tu amado Hijo Jesucristo, mi defensa, mi escudo y mi fortaleza. Señor, ¿dónde estás? Dios mío, ¿dónde estás? Ven, te ruego. Estoy listo. He aquí que estoy preparado para dar mi vida por Tu verdad, sufriendo como un cordero. Porque la causa es santa. Es Tu causa. No te soltaré. No, ni por toda la eternidad. Y aunque el mundo esté lleno de demonios, y este cuerpo, que es obra de tus manos, sea desechado, pisoteado, cortado en pedazos, consumido hasta las cenizas, mi alma es tuya. Tengo Tu propia palabra que me lo asegura. Mi alma te pertenece y permanecerá contigo para siempre. Amén. Oh, Dios, envía ayuda. Amén».

Esta es una de las oraciones a Dios más emocionantes que he podido leer en los últimos años. Veo a un hombre débil que sabe que no es la estrella, que su vida es completamente frágil y que esta no es solo su causa, sino la causa De Dios. Esto me hace pensar cuando Jesús dijo:

Y es necesario que el evangelio sea predicado antes a todas las naciones. Pero cuando os trajeren para entregaros, no os preocupéis por lo que habéis de decir, ni lo penséis, sino lo que os fuere dado en aquella hora, eso hablad; porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu Santo.

Marcos 3:10-11

Lo que sucedió luego de estas 24 horas, las palabras que Dios dio a Martín Lutero ante estos hombres importantes, sin duda alguna fue el mismo Espíritu Santo que lo inspiró y llenó de valor en un momento tan crucial. Seguiremos recorriendo la vida del monje y reformador Lutero en una próxima entrada.

By Joseph Montás

Joseph Montás es escritor de contenido cristiano en blogs en español, inglés, portugués y francés. Administra el canal de YouTube “Charles Spurgeon x Sermones cristianos en español”, con más de 140 000 suscriptores. Es miembro activo de la Iglesia Bautista Reformada Kurios y cursa la Licenciatura en Teología en el Southern Baptist School for Biblical Studies. Ingeniero de software de formación, está casado con Sarahí Ruiz y es padre de un niño y una niña.

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